el ritual de las cuatro am va desde la camisa celeste de marzo hasta la polera negra de enero;
va desde la cabeza ladeada y la media sonrisa de no estar seguro de si era yo quien se acercaba,
hasta los ojos tristes de estar completamente seguro de que era yo quien se alejaba;
va desde el tímido saludo (y mi sensación de que algo importante iba a cambiar)
hasta el irrefrenable beso de despedida (y mi seguridad en que definitivamente todo había cambiado).
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