Miró otra vez a la más profunda de las oscuridades, justo por delante de sus pies, y en un acto de indecisión se sentó al borde del abismo, pero continuó observándolo con deseos de estar allí, como si su manto negro le fuera a servir de cobijo, como si en las entrañas del precipicio se encontrara el último refugio para su alma a mal traer. Ese impulso de gritar, de sacarse todo de adentro, de sentir que con ello se libraría de todo mal y la vida seguiría igual, se esfumó cuando recordó.
Para qué.
Por quién y por cuánto tiempo más aguantaría.
Los recuerdos eran agujas metidas bajo la piel que en la quietud más pura no molestaban, pero apenas un movimiento, apenas un intento de acción y dolían otra vez, le detenían, le pinchaban las ilusiones, le pinchaban las esperanzas y las dejaban llenas de agujeros como heridas imposibles de curar.
Me miró una vez más, con los ojos cansados, con la sonrisa deshecha y algunos sueños rotos escritos sobre un papel. No puedo más, dijo sin decir, con la mirada y sin articular palabra. Se había rendido y yo lo acepté. Me di la vuelta, porque eso es lo que me había pedido, y me alejé de allí.
Entonces cayó. Calló. Callaron sus súplicas, calló su dolor. Cayó. El papel quedó suspendido en el aire, o se suspendió el tiempo. Las palabras se hundieron en el abismo, se hundieron también sus silencios.
No hace falta decir nada más.
(Texto dedicado a mi Ivonne-san, por esa mirada que detuvo mi corazón.
Por favor, que tu melancolía nunca sea tan dura, que siempre puedas más.)
Loreto... No sabes cuán profundo han llegado tus palabras a mi corazón, que hasta hace un par de meses, creí que estaba vacío. Te lo repito: Lo intentaré Loreto, cada día de mi vida, seguiré intentado. Lo prometo. Gracias, te quiero mucho.
ResponderEliminarLe agradezco a la vida, por haberte conocido, Loreto-san.
<3